miércoles, 5 de diciembre de 2012


LOS INDIOS DORACES.

 

 

En Un pueblo visto a través de su lenguaje, exhumo más de mil voces de los antepasados indígenas que poblaron las comarcas de Dolega.   Libro hermoso, transido de amor a la autóctono, es, simultáneamente, testimonio etnológico y  ofrenda filial.  Gracias a él no se ha perdido,  en forma irremisible, el vestigio cultural  más importante del pueblo dorace.

Ese solo esfuerzo basta para que los panameños, particularmente los chiricanos, estemos en deuda con Doña Beatriz Miranda de Cabal (qpd), pues sin esa abnegada y laboriosa tarea suya, casi nada sabríamos de esos ancestros aniquilados por la borrasca histórica.

Ahora, en Dole-gó; el lugar del colibrí, Doña Beatriz ha reunido diversos trabajos sobre su pueblo nata.  Mezcla infrecuente de sociología, crónicas, lingüística y entrañable apego a lo propio, este volumen es una aproximación feliz a lo que ha sido una comunidad chiricana a lo largo de varios siglos.

Con prosa fluida y amena, en  la que se imbrican regionalismos con reflexiones y giros cultos, la autora nos ofrece un perfil histórico y espiritual de Dolega, una de las poblaciones más antiguas de Chiriquí.
 

Aquí están los doraces, pobladores originales, de origen incierto, con sus mitos, afanes y costumbres; aquí aquí  están están  las reliquias de aquel pueblo perdido;  aquí están los frailes españoles, obsesionados en expandir los dominios de su fe; aquí : aquí están las peripecias políticas y felonías; aquí esta el esfuerzo tenaz por extender los beneficios de la educación; aquí esta el trabajo cotidiano de agricultores, vaqueros, peones y amas de casa; aquí están las manifestaciones religiosas;  y está , sobre todo, el ojo que ha visto  y sigue viendo con amor lo que  ha sido y es.

¿Cómo doña Beatriz fue entregada a su misión de educadora, a sus deberes de madre  ama de casa, ha podido dedicarse a desentrañar el pasado de su pueblo, a husmear fechas y datos, a recabar informes y leyendas? La respuesta la da el amor: amor a su gente, amor a su tierra, amor a la vida.

El amor es afán de conocer, de poseer.  Sólo se ama plenamente lo que se aprende, lo que pasa a ser parte de uno; y esa apropiación se da atraves del conocimiento,  de ahí que doña Beatriz a lo largo de su admirable vida, no haya cesado de inquirir, de ahondar en todo lo relacionado con el pueblo en que nació.

Sin embargo, al margen de la información histórica o sociológica, quizás lo más importante y atrayente de este libro sea la lección de vida que condensa.  Que una mujer inteligente y sensible, además de ilustrada, haya consagrado su larga existencia a la observación y el estudio de lo autóctono inmediato, es admirable. 

Y más lo es si consideramos que el medio nuestro, indiferente cuando no hostil, más bien desalienta que promueve los empeños del espíritu.
 

Entonces, ese fervor hacia lo propio es, por si solo, virtud sobresaliente; más es mérito áureo si se traduce, como en este caso, en creación que induce a otros a continuar la senda del estudio y la exaltación de lo mas genuino y valioso de si.

En resumen, con su obra, doña Beatriz Miranda de Cabal, dejo un legado que las generaciones venideras tendrán, necesaria y obligatoriamente, agradecer y venerar.

Los Doraces; cientos de años atrás, cuando el sol, el cielo y las montañas eran los signos que atraían la miada del habitante primitivo, aquí en estos llanos abiertos, las miradas de los primeros doraces se alzaban hacia el infinito:  y  la belleza suprema del cielo azul, de las altas montañas y del abierto horizonte fueron fuerzas que atrajeron sus miradas y encaminaron sus pasos.

El dorace se acostumbro a mirar hacia lo alto; el dorace crecio viendo horizontes amplio; sintiendo la llamada de otros caminos que conducían a otras regiones y a otros pueblos.  Y el dorace nuevos senderos y conocio otras gentes.  Y el dorace aprendió otros modos de vivir.

El dorace conocio otros pueblos y supo de gente nuevas que llegaban en casas sobre el mar, y podián llevar en sus manos la luz y el trueno,  comprendio que era bueno aprender de aquellos hermosos “siguas” todas esas cosas harían al indio a ser mejor y vivir mejor.

En documentos religiosos, judiciales y políticos de la época de la conquista; en relaciones de conquistadores y misioneros se habla de los doraces, que algunas veces se les sitúa en territorios  hoy de Costa Rica o se les considera como parte de la nativa del istmo.  De estos datos históricos y de los rastros dejados por ese pueblo, deducimos que los doraces eran ua especie de federación compuesta de muchas tribus distribuidas, desde las vertientes del Volcán Barú hacia el noroeste, hasta las costas de Burica, por el suroeste; y desde las laderas del Barú hasta las llanuras de la costa pacifica, por el sur, y por el este hasta las riveras del Río Chiriquí.

La razón vital determinante de la ubicación de los palenque doraces era la existencia  de una fuente de agua potable en un “go”  o bosquecillo a cuya sombra podían descansar.  Nuestro palenque en especial debe su nombre a la abundancia en esta área del colibrí o visitaflor: dole = colibrí; gó = mata.  El termino DOLE-GÓ, con el transcurso de los años, fue modificándose hasta quedar en el nombre actual: Dolega.

La distintas tribus doraces, denominadas según los sitios en donde asentaban, o por alguna característica de usos y costumbres, tenían algunos vínculos comunes.  Según decían ellos, provenían de gentes venidas del Norte (Méjico, Guatemala) que poseían conocimientos y modos de vivir distintos y mejores a los de los pueblos ya asentados en el Istmo.
 

Habian desarrollado nociones o principios religiosos y morales tales como la creencias en un Dios superior, el concepto del Bien y del Mal y del alma inmortal.  Poseían tradiciones y un lenguaje común, compuesto por mas de mil (1,000) vocablos, con los que expresaban perfectamente sus necesidades, sentimientos y deseos.  Tambien fueron dueños de una organización política y social que, aunque rudimentaria, constituía un desarrollo cultural apreciable.

En algunos de los viejos relatos se habla de unos indios que se decían “cheroquis” o “Chiriquí”, que se establecieron en las lagunas del Chiriquí Grande y que luego pasaron la cordillera, se radicaron en las tierras de la costa pacifica y dieron nombre al lugar.  Estos posiblemente pueden haber sido los antepasados lejanos de los doraces.  Pero haciendo deducciones sacadas del relato referente al origen del maíz, a la presencia de hombre blanco, al nombre Moctezuma hallado con frecuencia en remotas relaciones, y a los restos de construcciones y estructuras semejantes a las de Palenque de Copán, podemos también pensar en inmigraciones mayas ocurridas en tiempos remotos.

¿Cheroquíes, mayas o aztecas?  Quién lo sabe. Pero la verdad innegable, comprobada por los  testimonios de la escultura y la cerámica, es que estos pueblos doraces tuvieron relaciones de diferentes orden con los pueblos aborígenes de Centro América: la céramica policromada, los dibujos estilizados, las figuras talladas en barro y piedra, los vaciados en oro, prueban una intima relación con los pueblos indígenas vecinos del golfo de Nicoya y con los del  Centro de Guatemala y Honduras.

La palabra Tisingal, de la cual algunos historiadores guatemaltecos dicen que se deriva la palabra Teguciagalpa (“Centro de Plata”), acá en el Istmo era bien conocida.  Era el nombre con que se designaba la famosa mina de la Estrella, filones de oro según algunos: mina de preciosas esmeraldas, según otros.  Y de allí esta nuestro Tisingal, en las riberas del Chiriquí Viejo, con sus ubérrimas tierras inagotables,  con sus bosques sombríos y con su nombre evocador y sugerente.  Cuantos no se habrán dicho: ¿Por qué es lugar se llama así?, ¡Algún buscador de oro, cansado de andanzas, al posar en esta tierra rica dijo: “este es mi Tisingal” y quedo bautizado el sitio? Pero ese nombre si indica una relación que convida a investigar.

Aunque hasta ahora solo hallamos breves referencias en los textos de historias de Costa Rica, Nicaragua y Colombia, lo cierto es que  la llegada de los españoles, la tribu de los doraces era una de las más numerosas y de las más adelantadas.

Pero estas breves referencias )quizás muchas veces equivocadas como ésta: “Donde los doraces estaban muy alzados”, no son las que nos hacen comprender mejor ese pueblo desaparecido, sino las crónicas y los relatos de los misioneros que estuvieronh en contacto con ellos y participaron en el proceso de la incorporación de esas tribus al nuevo orden de vida impuesto por la colonización española.  Las tradiciones conservadas por el pueblo nos permiten conocer la vida, las costumbres, las creencias, las relaciones con otros pueblos, la organización política y la manera de aceptar la nueva cultura y hasta su actitud en el nuevo cambio producido por la emancipación de las colonias.

Han pasado muchos años desde que la señora María de Jesús Samudio de Ortega nos refiriera los “Cuentos de la remetería”.  Es mucho tiempo y quisiéramos que conociéramos un poco más de nuestra bisabuela.  En lugar su pasar sin regreso se ha operado los cambios incontables de la vida.
 

Muchas de las oscuras cabezas que la rodearon curiosas en aquel tiempo, lucía blancos mechones, y los luminosos ojos, asombrados por los extraños relatos, tienen ya velos y sombras y quizá alguno para leer estos cuentos viejos, tendrá que pedir ayuda a los lentes, los maravillosos “ quibil ba ocó” (=espejuelos)de los “vecinos Sigua”, los buenos “vecinos blancos” que tuvieron el valor de quedarse  a vivir con los indios.

Pero la imagen de la anciana quedo firmemente grabada en la memoria y podríamos retratarla tal cual la conocimos entonces. La gente afirmaba que tenia más de un siglo porque de los más viejos del pueblo la habían conocido siendo niños y ya para entonces parecía tener a misma edad.  Aseguraban

Que “Ña María”, aunque no era bruja, conocía “Secretos” de sus antepasados, uno de los cuales era el de no envejecer, que podía entender el lenguaje de los pájaros y podía oír las voces de los muertos que reposaban en las “huacas”.

Estos eran decires que rodeaban a la anciana de un círculo misterioso que se desvanecía cuando se le trataba de cerca. Probablemente todos esos rumores habían nacido de algunas costumbres que parecían raras, o de su manera de ser, en la que algunas veces dominaban la costumbre aprendidas de los blancos, a los que ella admiraba por la sabiduría, aunque en otras ocasiones era típicamente indígena.

Físicamente era una india pura, pero ella decía que uno de sus bisabuelos había   sido un blanco, vecino de San Lorenzo  y que otro de sus antepasados había sido un “toasqui”, Balú de mucha gente.

Fuera como fuese, lo cierto es que era un  notable casco de función de sangre y de costumbre.

Siendo joven, fue llevada a Alanje (Río Chico) y en esa casa de una familia principal aprendió la doctrina cristiana, aprendió a leer y aprendió todas las artes domesticas de aquel tiempo.

De estatura regular, sus movimientos tenían una singular elegancia y distinción.   Sus pequeños ojos almendrados daban vivacidad a su rostro de piel oscura, tersa y fina a pesar de los años.  Nunca altero su cara un movimiento brusco, y al hablar o reír lo hacia tan suave y discretamente, que sus labios no mostraban la falta de los dientes. Siempre llevó sus cabellos cubiertos con una especie de pequeña cofia, rizada en la frente y que se anudaba por detrás, de  modo que los cabellos quedaban perfectamente sujetos.  Esto, decía ella, debían usar – las mujeres, sobre todo cuando van a cocinar.  “Así lo enseño el padre Chamorro y todo lo que le padre Chamorro enseño, fue para bien de los indios”.

Usaba unos vestidos de corte anticuado.  Blusa sencilla y ajustada, de manga larga de esas llamadas “basquiñas”, una larga falda de muchos vuelos y nunca usó menos de tres enaguas.

Aunque su esposo  era blanco y un hombre trabajador y bueno, ella en realidad era el jefe de la numerosa familia y sus disposiciones y órdenes eran acatadas por todos dócilmente.  El honor a ella hay que decir que todos sus actos estaban revestidos de sensatez y que sus maneras  admiraban  por la finura delicadeza.  En muy pocas las familias campesinas se han practicado costumbres tan hermosas como en esa familia.  El saludo diario, el dar las gracias, la oración en común, la hospitalidad y la ayuda a los necesitados, eran parte de  ellos como la bebida diaria.

Vivian como en tribu o palenque en las cabeceras del Cochea.  Una especie de Comunidad gobernada por una anciana discreta, valerosa y experta.  En esos bosques tenían sus fincas y sus ranchos, cómodos y limpios.  Pero en ciertas temporadas, salían a trabajar a las fincas de Boquete o pasaban algunos días en los pueblos para las grandes festividades religiosas.  Algo que los distinguía de los demás campesinos: cuando salían en grupos a otros lugares, ocupaban alguna huerta aislada y allí hacían sus rancherías y preparaban sus alimentos, sin molestar a nadie.  Por el contrario nunca faltaban los "arrimadillos”.

Para Semana Santa toda la enorme familia se presentaba vestido de negro, sin exceptuar los pequeños.  Los preceptos cuaresmales eran cumplidos con estricta obediencia y con la mejor voluntad cooperaban con el Párroco.

Gracias a la tenacidad de la Sra. María, el lenguaje de los dorasques se conservo en la familia,  ella no se cansaba de enseñar a sus hijos, nietos y bisnietos, el lenguaje de los antiguos pobladores.  Para ella fue una temporada de plenitud espiritual los día que paso evocando recuerdos, refiriendo cuentos viejos y dictando el vocabulario de la “lengua de montaña” – ya solo para ellos conocida – para que quedara escrita y no se olvidara.

Quizá allá en el subconsciente, por sobre la doctrina aprendida y practicada con tanto fervor, se mantuvieron los principios  religiosos de sus abuelos, principios que en muchos aspectos se parecían a los de la religión católica.

A lo largo de los relatos que presentamos podemos darnos cuenta de las ideas, sentimientos, costumbres y organización social del pueblo de los doraques.

Posiblemente muchos encontraran estas narraciones ingenuas, desmañadas y de poco valor.  Tal vez para encontrarles la gracia se deberá tratar de tener “alma de indio” para poder sentir la emoción y el asombro causado por los fenómenos naturales o ante aquellos otros que la fantasía forjaba sobre sucesos inexplicables.  Una cinta magnetofonía nos hubiera permitido hoy, por lo menos, volver  a escuchar viva la voz de “Ña María”, sus acentos, sus pausas y su pronunciación.  Volveríamos a escuchar emocionados las rituales “recomendaciones” a los muertos, cuando antes de enterrarlos se les mostraba todas las cosas que se les preparaban “para el viaje por el angosto camino que te llevara a las sabanas donde siempre es día de sol”.

Con asombro el escuchar “Badeta, badeta, ulá-duac.  Tu shi quishí”…nos parecerá ver remontarse los pájaros norteños, que llevaban y traían los mensajes de tierras lejanas.

Con emocionada angustia seguiríamos al “chol balsa”, el joven Balsá perseguido por los perversos “dagos” que no querían él los enseñara a los indios las cosas buenas que él sabía y con las que podían defenderse de su poder maléfico.

No fue posible que los “cuentos” de la remotería se conservaran en la voz salmadiosa de la narradora, con las mismas palabras de la vieja lengua que ella guardo con respetuoso amor.

No tenemos la presunción de que estos relatos sean considerados monumentos literarios, ni joyas artísticas.  Al presentarlos solo nos mueve el deseo de preservar del olvido el nombre siquiera de los primitivos pobladores, de cuya existencia quedan tantos rastros materiales y cuya vida y alma se percibe a lo largo de la narración y en el vocabulario guardado con místico respeto.

Hay tanta desproporción entre estos cuentos simples y un “Chilam-balam-de Chu Mayel”, o un “Popol-Vugh (¿Popol Boodk?) Como la que hay entre los teocalis de Tehotihuacán y la Piedra Pintada de Caldera.

Pero en las monumentales pirámides y en la tosca piedra oscura hubo una mano que porto un instrumento y trazo signos y figuras.  Lo que queda esas manos, lo que podemos entender de esas vidas que fueron y pasaron con sus sentimientos e ideas, eso es lo que interesa y lo  que aún conmueve nuestra alma.

Sin nuestra comprensión es incapaz de abarcar o sentir en toda su magnitud el asombro de ver hombres transformados en fieras, de ver fantasmas que vuelven a sus casas y hasta se aceran a los seres queridos que dejaron, sí podemos sentir las emociones y los dolores que ellos sintieron, el misterioso impulso que levanta el espíritu hacia la bondad y la hermosura.

Aún crispa nuestro nervioso el chasquido de los pies de piedra del indio Jerónimo que viene en la noche a explicarle a su padre por qué se ha quedado encantado en las cabeceras del turbulento río; también sentimos la honda angustia de la madre que ante el peligro der ver a sus hijos destrozados por demoniaca fiera,  pide el incomprensible,  todo poderoso que los transforme en seres insensibles.

A través de los vagos relatos se dibuja nuestra tierra con sus bosques, ríos, montañas y llanuras.  De los senderos que llevaban las filas de indios desde un mar hasta el otro, muchos se perdieron, pero muchos señalaron los rumbos de hoy.  El maco del paisaje, los detalles característicos, son los mismos que contemplaron los indios hace cuatrocientos años: el Barú; los picachos de la Cordillera, las lagunas misteriosas con sus peces sin ojos; los turbulentos ríos que crecen en verano; los cristalinos arroyos que riegan las sabanas; los barrancos y las piedras enormes con sus grabados herméticos; las estatuas colosales ocultas en la selva, indicadoras del paso de gentes de tiempos remotos; nombre que se oyeron entonces y se oyen hoy también, son como esos ecos de voces lejanas mezcladas en la lengua nueva: Risacua, Changuinola, Cantupí, Guigala, Gariché, Orrálico, Guiagara, Sigua, Espavé, Nance, Matamba, Jagua, Tumba y tantas otras que sirven de testimonio a nuestro pasado, casi desconocido.

Del estudio de los relatos se pueden deducir conclusiones, comunes a la generalidad de los indios de la época precolombina, pero hay otras muy singulares, de las que se desprenden conocimientos interesantes.  Por ejemplo, la redondez de la tierra en el relato llamado “Ushúa-see”; el respeto  a la Consanguinidad, en el relato del “Balú Ac-Shilá” y en “Nol Muá” la fe de la madre en un Poder superior capaz de transformarlos en seres distintos para liralos del horror de ser destruidos por seres diabólicos.

Quedan aquí escrituras como un tributo a a memoria de la Señora María y para que siquiera en parte se cumpla la promesa de que mientras haya alguno que guarde la lengua de los “Dorasques” hay esperanza de que este pueblo vuelva a ser lo que fue.

 

Cuento

EL SALVAJE



“El Salvaje” era un gigante de piedra que recorría las cordillera gritando y asustando a toda la gente.  Como no tenía coyuntura él no podía sentarse nunca y para descansar se recostaba en la montañas.  De la cumbre de Cerro Hornito daba un paso y quedaba en Cerro Viejo; daba otro paso y quedaba en la India Vieja y de allí a Cerro Horqueta y por último a los Picachos que quedan tras Barú.  En la mano llevaba una rama de árbol arrancada al pasar en su viaje, viaje que luego repetía al revés, perdiéndose entre los riscos del Pavón y Cerro Iglesia más allá de las montañas de Tolé.  Se decía que el “Salvaje” tenían una jauría de perros encantados a los que llamaba con el grito de “Chopo, jo, jo”, y al que los perros contestaban con un ladrido distinto pues en vez de decir “Jau, Jau” dicen “Jei, Jei” en tono de lamento o de temor.

Cuando el salvaje recostado en las rocas del Barú, se rascaba con ellas las espaldas, temblaba la tierra.

Muchos cazadores y guaqueadores perdidos en las oscuras selvas cuentan que han oído los gritos del “Salvaje” llamando a sus perros, y hasta alguno ha visto s, u enorme cuerpo de piedra inmóvil y silencioso entre los montes*.

*Posiblemente el origen de este “cuento remoto” se halla en la existencia de estatuas colosales, dispersas entre los bosques, una casualidad hallada.   otComo los monolitos de Barriles; Otras vistas de paso y otras aún no descubiertas.

 

 

16 comentarios:

  1. Cuanto desearía ver mas fotos de esta etnia asimilada y desaparecida............. nací en esta tierra y mis bisabuelos y tatarabuelos ya eran mestizos.............lo mas seguro es que por mis venas corre sangre doraz.........el vencedor escribe la historial,mas no así el derrotado.......

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  2. Escribame por favor a isaitrosas@hotmail.com

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  4. Según mi mamá (Graciela Villarreal Rovira de Gancedo, ahora con 83 años), ella tuvo un bisa-abuelo o tátara-abuelo "Dorace" que fue Cacique.
    El mismo se dice, que siendo niño (como de 14 años o menos), cuando los españoles llegaron a sus tierras, lo sacaron con perros mastines a la fuerza para someterlo a la brava, los "Cristianizaron", y entonces le pusieron de nombre "Antonino".
    Luego, unas 2s hermanas "beatas" (que nunca se casaron pero tenían plata, de familia distinguida, muy educadas y piadosas) que llegaron del Perú lo adoptaron como parte de su familia (aun siendo él un niño), le enseñaron a leer y a escribir, y las buenas costumbre Cristianas de la época. Y estuvo con ellos hasta que murió, pasado ya de más de 100 años (quizás 110). A esta edad lo sacaban fuera de la hacienda al patio central, estando muy anciano a tomar el sol y para que se calentara, entonces lo acostaban en pedazo de cuero curtido o de "piel de vaca" para que pasara de la mejor forma posible las situaciones propias de su edad. Tengo entendido que fue el último de su grupo y vivió en el área de "Dolega" (Dolega Arriba). Mi madre nació y vivio en David, pero se crio también en Dolega, Cerro Punta y Volcán hasta los 14 años donde luego vino a la ciudad de Panamá a estudiar, luego a trabajar y salir adelante (hacerse una profesión). Luego entre sus 20 y tanto (casi 30) conoció a mi padre que era español (de Asturias, de "Leon y Castilla" y La Coruña), marino de afición, comerciante, soldado por obligación, "busca la vida", "echado pa alante y resuelve todo" y aventurero (ya había vivido en Brasil y Argentina)...pero esa es otra historia.

    Ricardo Gancedo Villarreal
    rgancedov@hotmail.com
    www.solutek507.com
    6633-8895

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    1. Hola Gancedo, gracias por compartir la historia de tu preciosa madre, se que eres hijo de español con esta preciosa chiricana. por tanto aportas su historia en este relato sobre los doraces.

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  5. Saludos desde Hornito..sangre de Doraces corre por mis venas..que vivan por siempre!!Chiriquí tierra sagra y bendita!

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  6. Hola, ¿Dónde puedo conseguir ese libro Dole-go?

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  7. Interesante escrito y que, por casualidad, yendo de un web site a otro, me encuentro con éste... Qué espléndidos son esos relatos que me hacen vagar por esos tiempos...

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  8. Por favor, documenten más sobre estos relatos y que dónde se pueden conseguir esas literaturas... Grandioso todo lo que se narró...

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  9. Gracias por no permitir que nuestra historia se pierda. Me han hecho viajar por distintos tiempos... bella nuestra historia, llena de gente sufrida y valerosa.

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  10. Por mi sangre corre sangre dorace ya que mi bisabuela era de madre dorace y padre español.

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  11. En la historia de mi familia materna mi abuela Josefa nos decía que su abuelos era doraz y lo describía como un hombre espigado y alto es interesante poder aprender más de esta gente gracias

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  12. Encantada de haber leído toda esta información. Yo también desciendo de los Doraces, pues mi tatarabuelo está enterrado en Dolega, según me contó mi padre quien se fue con Dios a los casi 102 años. ( Hace 5). Muchas gracias.

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  13. Esta es la tercera vez que leo este blog, en esta occasion lo he compartido con mis primos, nuestros ancestros son oriundos de Dolega, con los años su descendencia migro a las montañas de Potrerillos.
    Me gustaría conseguir el libro al que hace mención y de ser posible mas literatura acerca del pueblo Doraz, espero pueda mostrarme la ruta para poder conseguirlo.
    Felicidades por una narración amena, emotiva que logró conectarme con mis antepasados

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  14. Muy interesante todo mi madre de potrerillos arriba escuche muchas historias y también coincidían que eran descendientes de los doraces

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